7 de octubre de 2012

REVOLUCIÓN O RESOLUCIÓN

Se abre una nueva temporada de manifestaciones, y con ellas, entran de nuevo en juego cuestiones, por un lado, desde la simple y llana queja, y por otro, el debate acerca de otras formas de Gobierno más acordes con lo que la sociedad posmoderna demanda; la más popular de todas ellas, parece ser la de una República, con el claro objetivo de desembarazarse (en el caso de nuestro país) de una monarquía que parece no responder ya a los intereses de la nación.

Queda claro que la sociedad española [como siempre, en principio] vuelve a mostrarse descontenta con los gobernantes. La prueba de ello se hace patente en prácticamente todas las conversaciones, debates, foros y medios de comunicación en los que tan espinoso asunto salga a relucir. Lo que ocurre con una, en general, fastidiosa frecuencia.

¿Cuándo se han mostrado los españoles conformes con la política? Dejemos a un lado la etapa franquista (donde las opciones para los disconformes eran exiliarse o silenciar su conciencia), y reflexionemos sobre ello por un momento.
Aunque, desde luego, no es únicamente una situación característica de España; prácticamente ningún país del mundo que haya contado con un Gobierno estatal, ha estado satisfecho y de acuerdo plenamente con los devenires de sus líderes. 

Claro que esto genera posturas francamente patéticas; pocas actitudes son tan ridículas como la de quien se regodea protestando y, al mismo tiempo, sirve diligentemente a aquel contra el que dirige sus improperios.  
Porque lo que el hombre actual parece no comprender es que el Estado (y cualquiera de sus variantes) se nutre de todos y cada uno de los individuos que lo componen. O, más exactamente, de la Voluntad y la Libertad que, cual si se tratase de un artículo material sin el menor valor, sacrifican y entregan con sumisa docilidad al Gobierno, renunciando así a los dones más preciosos de esta vida. 
Caso similar sucede con el capitalismo moderno, con el neoliberalismo, cuyo motor lo constituyen los ciudadanos en su capacidad de decisión sobre si pasar de ser Homo Sapiens Sapiens a ser Homo consumericus
Y, para cerrar la tríada, tenemos la tesitura de la banca. Es frecuente escuchar o leer en los medios y entre la gente reproches por las inconmensurables inyecciones de capital orientadas a salvar a las entidades financieras de la quiebra. Lo que no es tan habitual es examinar por qué la mayoría de éstas se mantienen a flote; cierto es que la respuesta es tan sencilla que parece casi insultante: tan sencilla como que la inmensa mayoría de los habitantes del "Primer mundo" (expresión que, pese al disgusto que me produce ser consciente de su significado, se aviene a este respecto mejor que ninguna otra que conozca) tienen cuenta bancaria y realizan transacciones de forma regular. 

No espero que este artículo resulte del agrado o complacencia del lector; si desea ser adulado o recibir halagos por su conducta, hay muchos otros blogs que sin duda responderán a sus expectativas. Lo que pretendo no es limitarme a la crítica acomodaticia de cuanto aflige al ciudadano moderno, sino estimular a la reflexión para que el receptor se convierta en emisor de sus propias conclusiones. 

No servirá de nada cambiar de Gobierno si las bases sobre las que se va a crear el próximo siguen siendo los mismos cimientos podridos y carcomidos por la polilla del conformismo y la herrumbre de la resignación. 
Personalmente, considero mucho más urgente que cualquier novedad o planteamiento político, el reconocimiento de la individualidad y la rectificación del significado que se suele otorgar a la libertad: ¿libertad para qué? ¿Para elegir entre un número variable de opciones prefabricadas? 

No. Libertad, con mayúsculas. Libertad para decidir, para pensar, para crear, para vivir. 

Libertad para ser libres.




Tormenta solar; océano en llamas, J. Márquez, 2012


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