21 de octubre de 2012

GESAMTUNSKWERK (UN ENSAYO SOBRE LO IMPOSIBLE)

Bajo este término alemán se remite a una idea que, si bien fue transcrita y aplicada por Wagner, puede decirse que resume gran parte de la historiografía artística, dadas las descomunales dimensiones de su objetivo, que no es otro que el de la obra insuperable, la "obra de arte total".

La concepción del compositor de Leipzig consistía en la integración de las artes visuales, el teatro (inclinándose por la tragedia) y la música en lo que habría de constituir en sí mismo el culmen de la expresión humana, la creación perfecta por antonomasia. 

No han sido pocos los artistas que a lo largo de la Historia han intentado una empresa semejante; lograr algo así requiere un verdadero ejercicio de entrega absoluta a la búsqueda de lo inexistente, sin tener la menor garantía de éxito. Es un todo o nada.

No obstante, en mi opinión, alcanzar la cota de perfección de la Gesamtunskwerk es, más que una utopía, un irrealizable; pues la propia idea de perfección, como toda proyección humana, es imperfecta, no existe. 
En todo caso, la "obra de arte total" la constituiría el propio viaje personal, la fabulosa odisea sin otra meta que el encuentro con lo desconocido.

Sentir la inconmensurable e irresistible atracción de lo imposible.


El caminante sobre el mar de niebla, Caspar David Friedrich, 1818


14 de octubre de 2012

GANADOR POR MINORÍA

Existe el consenso, más o menos tácito (no desoigamos las restantes opiniones, casi inaudibles entre la masa ensordecedora), de considerar la democracia como el mejor sistema político que existe. O al menos, citando a Churchill, el menos malo de todos.
¿Es cierta esta afirmación? ¿Hasta qué punto es coercitivo el "mejor" régimen democrático?

La democracia, como se la entiende hoy en día, es el medio de gobierno preferido por las naciones occidentales. Su procedimiento teórico consiste, por resumirlo en una frase, en la elección de un representante por parte de la mayoría, que en caso de resultar ganador, aplicará (o no) las propuestas para la dirección del Estado que había establecido con anterioridad a las elecciones; estas propuestas, generalmente, guardan relación con la ideología del partido candidato. 
Este esquema muy genérico deja claro, sin embargo, el resultado de la ecuación: la sencillez aplastante del sistema de mayorías invalida la voluntad  y somete bajo la misma directriz política a quienes votan al candidato contrario, a otras opciones o, lo que es peor, a quienes votan en blanco, nulo o directamente se abstienen.
Con el voto en blanco, además, se da la polémica e injusta situación de pasar a engrosar los votos destinados a los partidos mayoritarios, que de ningún modo es excusable.

Soslayando esas "incómodas" faltas, la democracia suele ser vista como la panacea para las numerosas incoherencias de la política. Aunque no se diga directamente, los discursos en pro de la estructura democrática parecen transmitir la creencia de que ésta se presenta como el último peldaño en la escala de la Historia, la meta hacia la que deben confluir todos los regímenes políticos, el sistema "justo" por ende. La paradoja ante esto, es que ningún sistema tiene el menor atisbo de justicia.

¿Por qué no es justo ningún régimen político?

Porque, desde el momento en el que se entrega la voluntad propia al informe conglomerado de un gobierno [de cualquier gobierno], se está dando permiso a otro(s) para que tome(n) decisiones en nuestro nombre, que quizá no apoyemos o de las que ni siquiera estemos al corriente. El poder como tal no existe: no es más que la suma de voluntades individuales concentradas en una autoridad a la que, por alguna inexplicable razón, se le concede  una facultad semejante. Es el medio para obtener ese poder el que cambia y se ajusta a los requerimientos de cada etapa histórica en base a la mentalidad de la época; pero el objetivo es siempre el mismo.

No es nada raro apreciar posturas derrotistas con respecto a la implicación del ciudadano común, no sólo en la política, sino en todos los aspectos de la sociedad; el individuo es despreciado, su capacidad de decisión es ínfima, la voz disidente del uno se pierde en el griterío de la multitud. Pero hay algo con lo que ese uno cuenta, quizá lo último que le queda como afirmación de su identidad, y que nada puede arrebatarle: a sí mismo, su propio valor intrínseco como individuo.
Y es que, por oposición a lo que cabría esperar, es el individuo quien tiene en sus manos la potestad y determinación para dar origen a cualquier iniciativa que se proponga, para no escoger entre opciones prefabricadas sino para crear su propio camino. 

Es algo que, por tanto, todos poseemos, y del que podemos hacer uso, si nos lo proponemos, para que no seamos otros que nosotros quienes dirijamos el curso de nuestro destino. Ser, en suma, los protagonistas, los héroes de nuestra propia vida.

Puede que un solo individuo no cambie el mundo, pero sí su mundo, aquel en el que vive.



 Estudio de nubes y aves en vuelo, John Constable, 1821

7 de octubre de 2012

REVOLUCIÓN O RESOLUCIÓN

Se abre una nueva temporada de manifestaciones, y con ellas, entran de nuevo en juego cuestiones, por un lado, desde la simple y llana queja, y por otro, el debate acerca de otras formas de Gobierno más acordes con lo que la sociedad posmoderna demanda; la más popular de todas ellas, parece ser la de una República, con el claro objetivo de desembarazarse (en el caso de nuestro país) de una monarquía que parece no responder ya a los intereses de la nación.

Queda claro que la sociedad española [como siempre, en principio] vuelve a mostrarse descontenta con los gobernantes. La prueba de ello se hace patente en prácticamente todas las conversaciones, debates, foros y medios de comunicación en los que tan espinoso asunto salga a relucir. Lo que ocurre con una, en general, fastidiosa frecuencia.

¿Cuándo se han mostrado los españoles conformes con la política? Dejemos a un lado la etapa franquista (donde las opciones para los disconformes eran exiliarse o silenciar su conciencia), y reflexionemos sobre ello por un momento.
Aunque, desde luego, no es únicamente una situación característica de España; prácticamente ningún país del mundo que haya contado con un Gobierno estatal, ha estado satisfecho y de acuerdo plenamente con los devenires de sus líderes. 

Claro que esto genera posturas francamente patéticas; pocas actitudes son tan ridículas como la de quien se regodea protestando y, al mismo tiempo, sirve diligentemente a aquel contra el que dirige sus improperios.  
Porque lo que el hombre actual parece no comprender es que el Estado (y cualquiera de sus variantes) se nutre de todos y cada uno de los individuos que lo componen. O, más exactamente, de la Voluntad y la Libertad que, cual si se tratase de un artículo material sin el menor valor, sacrifican y entregan con sumisa docilidad al Gobierno, renunciando así a los dones más preciosos de esta vida. 
Caso similar sucede con el capitalismo moderno, con el neoliberalismo, cuyo motor lo constituyen los ciudadanos en su capacidad de decisión sobre si pasar de ser Homo Sapiens Sapiens a ser Homo consumericus
Y, para cerrar la tríada, tenemos la tesitura de la banca. Es frecuente escuchar o leer en los medios y entre la gente reproches por las inconmensurables inyecciones de capital orientadas a salvar a las entidades financieras de la quiebra. Lo que no es tan habitual es examinar por qué la mayoría de éstas se mantienen a flote; cierto es que la respuesta es tan sencilla que parece casi insultante: tan sencilla como que la inmensa mayoría de los habitantes del "Primer mundo" (expresión que, pese al disgusto que me produce ser consciente de su significado, se aviene a este respecto mejor que ninguna otra que conozca) tienen cuenta bancaria y realizan transacciones de forma regular. 

No espero que este artículo resulte del agrado o complacencia del lector; si desea ser adulado o recibir halagos por su conducta, hay muchos otros blogs que sin duda responderán a sus expectativas. Lo que pretendo no es limitarme a la crítica acomodaticia de cuanto aflige al ciudadano moderno, sino estimular a la reflexión para que el receptor se convierta en emisor de sus propias conclusiones. 

No servirá de nada cambiar de Gobierno si las bases sobre las que se va a crear el próximo siguen siendo los mismos cimientos podridos y carcomidos por la polilla del conformismo y la herrumbre de la resignación. 
Personalmente, considero mucho más urgente que cualquier novedad o planteamiento político, el reconocimiento de la individualidad y la rectificación del significado que se suele otorgar a la libertad: ¿libertad para qué? ¿Para elegir entre un número variable de opciones prefabricadas? 

No. Libertad, con mayúsculas. Libertad para decidir, para pensar, para crear, para vivir. 

Libertad para ser libres.




Tormenta solar; océano en llamas, J. Márquez, 2012